martes, 5 de noviembre de 2013

Una historia de chismes

Luis De la Peña Loredo

En un cuarto alumbrado sólo por una pequeña luz en el techo se dejaba ver una mesa y la silueta de varios hombres. Uno, medio alto, corpulento y con grandes botas. Otro, chaparro comparado con el primero, con un traje elegante y bien portado. A lado un personaje, igualmente chaparro, con un gran sombrero, un pañuelo al cuello y una chaqueta con botonadura de plata. Su mirada se ocultaba bajo el sombrero. Aquel otro, no menos lejos, con unos cabellos  y barba larga de color blanco que brillaba con la tenue luz y unas pequeñas gafas que ocultan los ojos. Todos alrededor de la mesa con sonrisas maliciosas, de los peores villanos de películas hollywoodenses. Se habían unido en secreto para determinar, paso por paso, cómo debía de ser el futuro de la nación a la que arrojarían a las balas de una revolución.


Es común escuchar en las calles, en pláticas cotidianas o inclusive en las redes sociales la frase “nos han engañado”. Quienes la dicen se refieren al desencanto, al desenamoramiento que uno sufre de aquellos personajes que se enseñan en la primaria (ya tan desvalorada). Esta percepción se debe, al menos en parte, a las personas que dicen venir a contarnos la verdad, presumiéndonos de ser sus poseedores y con la bandera de desenmascarar a esos personajes que tanto admirábamos.
Se trata de la clase de personas que Pedro Salmerón ha llamado falsificadores de la historia; esto es, según dice el propio Salmerón bajo la premisa de Antonio Caso, aquéllos que basan sus tesis en mentiras. Esa mentira que groseramente difama y que ciertamente hace que uno se imagine a los personajes históricos como parte de una revista de variedad. Se trata, considero, de una historia de chismes. Los chismes, por definición, no requieren ningún sustento y tienen una intención de morbo. Según el diccionario de la Real Academia Española, por chisme debemos entender una noticia verdadera o falsa, que pretende dañar la imagen de una u otra persona y, por otro lado, como algo que tiene poca importancia. Por ejemplo, si Miguel Hidalgo fue o no mujeriego, tiene poca importancia para los acontecimientos históricos, al igual si Emiliano Zapata fue o no homosexual.
Así es como estas personas blanden su espada con la menor delicadeza para atacar. Y no bastando eso, en tono casi furioso, regañan a los personajes históricos como autoridad indiscutible, creyéndose dueños de la única y absoluta verdad sobre la historia. Con su mirada en el presente juzgan y buscan “desmitificar” a los personajes históricos. Lo paradójico es que muchos de quienes critican el mito de la historia que muchas veces llaman historia oficial, en realidad, terminan por crear sus propios pedestales. Mitifican.

Los falsificadores caen en el absurdo de juzgar a los personajes y momentos históricos que estudian como si estos se hubieran sentado en una mesa a planear el futuro (que ahora nosotros ya conocemos) de una forma malvada, como si estuvieran esperando hacer todo el mal a la nación. Esto equivale a una crítica sin sentido, a un regaño. Se trata, desafortunadamente, de una visión que sus defensores difunden sobre todo a través de imágenes enviadas por las redes sociales, imágenes que, ciertamente, pueden causar un gran impacto entre quienes no están familiarizados con la historia. Frente a estos falsificadores o creadores de una historia de chismes que llaman la atención por el morbo y no por la importancia de los acontecimientos históricos, los historiadores no hacemos nada. Siguiendo la propuesta de Pedro Salmerón, se ha de difundir una historia con bases, y no de chismes. Sin embargo, esta historia con bases muchas veces se queda en la academia, esperando a ser leída por colegas y dejando a gran.

Este pequeño texto también lo pueden encontrar en  http://elpresentedelpasado.com/2013/10/13/una-historia-de-chismes/




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