Por: Luis de la Peña
Pasan y pasan los vagones, uno tras otro
La gente camina sin cesar, entre empujones y pisotones
Las puertas se abren y cierran
¡Parece tan monótona la rutina!
Subir, escuchar las mismas letanías de siempre de los vendedores
Los chismes de los estudiantes que salen de la escuela
Con un poco de mala suerte la conversación vulgar de
jóvenes y adultos
Con buena suerte no pasa del clásico “tururú”
La pareja que se va besando, el anciano que pide con la
mirada un asiento
Los hombres que fingen estar dormidos, el que va leyendo
un pequeño libro
Todo esto entre un incesante subir y bajar.
Así es el metro. Un constante ir y venir.
Algunas vece me pregunto ¿A dónde irán?
Aquel solitario que escucha música
Aquella persona que sube con sus costales
El señor con su portafolio o la mujer con su bebe
El del uniforme que mira constantemente el reloj
Seguramente, si él, ha de ir a su trabajo
Y el niño que va sentado mirando por la ventana
Ha de ir ya a su casa, después de un día de escuela
Y aquella bonita joven, la de la bata blanca
Que a pesar del reflejo del cansancio en su rostro al ver
que la veo
Me da una linda sonrisa, amigable y sincera
bajándose en la siguiente estación para ir a su facultad.
Poco a poco va vaciándose el vagón, quedándose solitarios
los asientos
El joven del libro repara en ver la estación, y aquel que
iba durmiendo
Asustado al despertar corre a la puerta pues la estación
ya se le había pasado
Es así, como ante variados paisajes, entre la gente que
trata de salir
Y la que a su vez trata de entrar al vagón
Donde la caracterización de uno es precisamente esa: la
de uno mismo,
llego a mi destino
Dejando atrás ese carro anaranjado.
Mas no es un adiós, sino un hasta luego
Pues dentro de unas horas volveré
Y me convertiré en un participe mas
De ese gran espectáculo de la vida diaria.
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