Constantemente se ha escuchado en los salones de clase que las
tareas fundamentales del historiador son exclusivamente dos: leer y escribir.
Tarea para la cual es indispensable el uso de herramientas como los libros y
las plumas. Sin embargo, los tiempos modernos en los que se vive, ha hecho que
las herramientas con las que trabaja el historiador se modifiquen, pasando del
lápiz o pluma a la máquina de escribir, y poco después a la computadora.
Mientras que los libros, documentos, mapas, entre otros ahora pueden ser más
fáciles de localizar y tener a la mano de manera electrónica y no impresa como
se acostumbraba cuando la Historia entro en la Academia.
Cabe mencionar que esta tecnología ha sido aprovechada por otras
disciplinas, como la medicina, la química o la ingeniería, en la que es
indispensable para la práctica. Cuentan así con laboratorios de cuerpos
automatizados, por ejemplo. Cierto es que en la labor del historiador, a pesar
de haber cambiado la máquina de escribir por la computadora, este, la ha
seguido usando de igual forma que si fuera una máquina de escribir. Olvidándose
así de la gran gama de posibilidades que la tecnología puede brindar, no solo a
disciplinas que se conocen como practicas, sino a nuestra propia carrera que,
por años, ha sido caracterizada como una materia netamente teórica, con
poca o nula practica.
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